lunes, 29 de septiembre de 2008

De fechas largamente esperadas

Y con el tiempo encima, con mil cosas que dejar listas, veo aproximarse esta fecha largamente esperada. Aún no lo comento ampliamente por eso de las supersticiones; ya lo haré más adelante, cuando el evento haya concluido. Ando, pues, vuelta loca entre arreglos y preparaciones para recibir en casa a mi mamá y a mis suegros, que llegan mañana y el miércoles, respectivamente.
Y como aún tengo algunos pendientes que atender, aquí le paro...
Nos seguimos viendo.
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lunes, 22 de septiembre de 2008

De felicitaciones cumpleañeras

Y ésta va para el buen Efigenio, que celebró su cumpleaños ayer.
Un abrazo cariñoso de parte de la Manada Lobuna.
Que sigan los éxitos, mi querido Efi...
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De deseos de mejoría

Va un saludo para mi sobrina Dany, que estuvo enfermita en el hospital el pasado viernes.
Después de un aparente cuadro de apendicitis, todo se redujo a una colitis que ya se está tratando.
La situación nos hizo pasar una noche, si bien no de desvelo, sí de preocupación. Por fortuna no fue algo serio y Dany está en casa, recuperándose.
Un beso, nenita. Te quiero mucho.
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martes, 16 de septiembre de 2008

De Morelia

Palabras de mi hijo Ray: ¿Alguien puede explicarme qué demonios está pasando en este país?
Yo me pregunto, ¿hasta dónde vamos a llegar?, ¿qué más falta?
No quiero ni pensarlo...
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miércoles, 10 de septiembre de 2008

De la abuela

Y después de varios días de andar ocupada en otras cosas, vuelvo para concluir con el tema de mis abuelos.
A mi abuela también la bauticé con un sobrenombre: Memé. A partir de ahí toda la familia la llamó así. Memé era pequeñita de estatura pero su figura imponía. Tenía la voz grave y hablaba golpeado, seco. No puedo decir que fuera una mujer cariñosa, es decir, no era de esas abuelas empalagosas que se la pasan pellizcando tus mejillas y llamándote por nombres sosos como angelito o lindura. Sin embargo, todo lo que hacía en su rutina diaria era una demostración de amor. Mi abuela nos cuidó toda nuestra infancia y adolescencia. Nos levantaba temprano para ir a la escuela, nos daba de desayunar (unos licuados espeluznantes con leche, huevo, avena y plátano) y esperaba con nosotros a que pasara el camión del colegio. Para cuando llegábamos, pasadas las tres de la tarde, estaba ahí, esperándonos para darnos de comer. La recuerdo yendo del comedor a la cocina, supervisando a Nina (nuestra nana), pendiente de cualquier detalle que necesitara de su intervención. Se marchaba a su casa a las cuatro, a esperar a Pepé para comer juntos. Veía las telenovelas venezolanas de la tarde y dormitaba entre anuncio y anuncio; después de esas siestas intermitentes quedaba con las pilas recargadas y lista para otra tanda de deberes.
A las siete en punto era hora de ir por la leche y el pan. Y era una cita ineludible con Memé. Nos íbamos los tres, Rubén y yo adelante, mi abuela unos pasos atrás, hasta el súper de mi tía Matilde. Mientras Memé y mi tía platicaban, Rubén y yo devorábamos con los ojos los estantes de los pastelitos Marinela, saboreando de antemano el Gansito que nos compraría. Y después de quince minutos de charla, con los cuatro litros de leche y el pan guardados en la bolsa del mandado, caminábamos de regreso a casa. No habríamos andado ni media cuadra y yo ya me había acabado el Gansito; Rubén, en cambio, se lo comía lentamente, con mordidas pequeñitas y chupándose los dedos llenos de chocolate, haciendo alarde, antojándome. Lo odiaba, lo juro. Y me decía, mañana me lo comeré despacito, como él, y esperaré hasta que se lo haya acabado para meterme el último bocado y que sea él quien se quede con el antojo. Pero nunca pude hacerlo. Siempre me ganó la compulsión. Mi abuela no decía nada, sólo se reía de nosotros.
De regreso en casa nos mandaba a bañar. Ya con la pijama puesta me desenredaba el pelo mojado y me peinaba de trenzas. Luego, nos daba de merendar mientras veíamos Topo Gigio y de ahí, a la cama. Memé era casi siempre el último rostro que veía al terminar el día, y el primero, al empezar la mañana.
A Memé la recuerdo en la cocina, guisando para las dos familias, la suya y la nuestra, con sus vestidos de algodón estampado, sus zapatos bajos y su delantal. No se pintaba ni por error y los
únicos accesorios que usaba eran su reloj y unos aretes con una piedra azul verdosa. Y si acaso tenía que posar para alguna foto familiar, siempre hacía muecas. Hablaba con dichos y refranes aprendidos de su mamá, supongo, y le gustaba contarme de cuando era niña y vivía en Orizaba. Era querida por sus vecinas, sus amigas y su familia toda.
Memé murió cinco meses después que Pepé, el 28 de enero de 1993. A la última persona que reconoció a su alrededor, un día antes de morir, fue a su primer bisnieto, Ray.
Mi abuela vivió una vida dura, de altibajos, y muchas veces con responsabilidades que no le correspondían, pero que tomó y enfrentó valerosamente. Y también, como a mi abuelo, la recuerdo con nostalgia y mucho amor.
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sábado, 6 de septiembre de 2008

De anime

Ayer, mientras visitaba a mi mamá en Cuernavaca, tuve oportunidad de pasar un rato con Dany, mi sobrina. Resulta que es fan del anime desde chiquita y para su desgracia, nadie en su casa comparte ese amor por los dibujos japoneses. Pero a cambio, encontró en la Manada Lobuna, si no los mismos gustos, sí esa especial fascinación por el anime y el manga. Hace algunos meses, platicaba con ella sobre mis series japonesas favoritas, aquellas que me engancharon a este tipo de animación y surgió el nombre de Tritón del Mar.
Tendría yo nueve, diez años quizás, cuando apareció Tritón en el canal 5. Ya antes había seguido con regularidad series japonesas como Sombrita, Fantasmagórico, Marino y la Patrulla Oceánica, Meteoro y La Princesa Caballero, pero por mucho fue Tritón quien me conquistó, quien alimentó mi cabecita de historias fantásticas, quien me hizo soñar con el mar y sus miles de posibles aventuras... Y con esta maravilla que es la tecnología, encontré en YouTube el opening completo de la serie; es este:



No pude ver el final de la temporada; los padres de familia de muchos niños se quejaron por el alto grado de violencia que contenía la serie y la cortaron. Fue hace un par de años, con Lobo, surfeando la red, que encontramos ese último capítulo y por fin pudimos verlo...
Curiosamente ninguno de mis hermanos fue fan del anime. Rubén incluso me hacía burla... En fin, creo que por eso comprendo a Dany ( y eso que ella me gana por mucho en esto del amor por el anime)...
Y bueno, por acá nos seguimos viendo.
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jueves, 4 de septiembre de 2008

De Linkin Park

Y aquí les dejo una de mis rolas favoritas de Linkin Park.
Hoy la he tenido dándome vueltas por la cabeza todo el día.
Disfrútenla...



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lunes, 1 de septiembre de 2008

Del abuelo

Estos son mis abuelos maternos.
Hoy, sin embargo, me limitaré a hablar sobre mi abuelo, al que cariñosamente bauticé como Pepé. (Para mi abuela habrá otro post, más adelante.)
Todos en la familia coinciden en que fui la nieta favorita de mi abuelo. Yo lo sé con certeza; Pepé siempre me hizo sentir querida, cuidada y admirada. Poco antes de cumplir los seis años nos fuimos a vivir a casa de los abuelos. Desde entonces pasaba la mayoría del tiempo con él, en su biblioteca, escuchando a su adorado Beethoven, mientras me leía algún libro o me contaba alguna historia de su juventud. Al poco tiempo nos mudamos, mis abuelos al 216 de la Cerrada de San Rubén, nosostros al 224 de la misma calle. Nos separaban tres casas. Eso no fue impedimento para que siguiéramos igual de unidos. Todas las tardes me iba a su casa y Pepé me ayudaba a hacer la tarea. Si surgía alguna duda, sacaba el tomo de la enciclopedia correspondiente y buscábamos la respuesta. Y de ahí derivábamos a cualquier otro tema, siempre con la enciclopedia a un lado y se nos iban las horas, casi sin sentirlo. Me enseñó a reconocer casi todas las banderas del mundo, al igual que sus capitales. Aprendí geografía e historia, me hacía practicar el inglés sin descanso y mi amor por la literatura fue fomentado por él y sus cientos y cientos de libros.
Los fines de semana repartía mi tiempo entre los amigos y Pepé. Uno de mis momentos favoritos era cuando sacaba su View Master y pasábamos la mañana de algún sábado mirando diapositivas de Europa. Así, nos recorrimos Inglaterra, Italia, Alemania, Austria, Finlandia, Suecia, Francia y no sé cuántos países más. Tenía también una colección de libros sobre pinturas famosas, que veíamos una y otra vez. Pepé, con una paciencia infinita, me explicaba sobre la técnica del pintor, sobre su vida y el periodo específico en el que había sido pintado el cuadro en cuestión. Así conocí a Miguel Angel, a Rafael, a Boticcelli, sólo por mencionar algunos.
Mi abuelo amaba la música clásica. Tenía un acervo discográfico bastante amplio, y aunque en lo personal él prefería a los románticos (Chopin, Liszt, Tchaikovsky), también escuchaba con gusto a los barrocos. Su favorito, sin embargo, siempre fue Beethoven. Aun ahora, después de tantos años, no puedo dejar de escuchar a Beethoven sin pensar en mi abuelo. Nuestra sonata favorita era (y sigue siendo) "Claro de Luna". Y nuestra sinfonía, la Séptima.
Mi abuelo aceptó con resignación mi paso a la adolescencia, y con él, mi amor por el rock. Llegó incluso a escuchar a Yngwie J. Malmsteen conmigo, y a disfrutarlo. Cuando nos mudamos a Puebla dejamos de vernos con tanta frecuencia pero el amor siempre estuvo ahí, fuerte, inamovible. Pepé murió el 25 de agosto de 1992, seis meses después del nacimiento de su primer bisnieto, mi hijo Ray. Hoy, a dieciséis años de su muerte lo recuerdo con nostalgia. Y con el mismo amor que cuando era niña.
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