jueves, 28 de enero de 2010

De mi abue

Mi abuela, el día de su boda

Hoy hace diecisiete años que murió mi abuela, justo diez días después del cumpleaños de su bisnieto mayor.
Qué decir... que todos mis recuerdos de infancia están llenos de ella.
Que aun ahora, después de tantos años no pasa un día sin que se haga presente en alguna plática, en algún pensamiento.
Que no pude tener mejor abuela, dividiendo su tiempo entre su familia y la mía, siempre pendiente de nosotros, desde temprano hasta ya entrada la noche.
Que la extraño, pues...
Un beso a donde quiera que esté.
Y todo mi amor.
Keep in touch...

lunes, 18 de enero de 2010

De mayorías de edad


Ray y yo, en la víspera de Navidad


Ray y Steffi, en Año Nuevo

 
Ray e Itzel, jugando bolos

El invierno siempre ha sido mi estación menos favorita, por decir lo menos. El frío y yo simplemente no nos llevamos. Odio vestirme con capas y capas de ropa, tener las manos y los pies helados todo el tiempo, y sobre todo, sentir que no puedo ni pensar, como si el cerebro se me congelara. Si a esto le sumamos el disgusto que me provocan las celebraciones decembrinas, creo que es más que obvio que la paso mal esta temporada.
Hay sólo una cosa que salva estas fechas: el cumpleaños de mi hijo, Ray.
Este 18 de enero, Ray cumple dieciocho años. Para todas las de la ley, es considerado un ciudadano con deberes y obligaciones, con derecho a votar y ser votado; se convierte en adulto, pues.
Para mí la cosa no es tan sencilla. Físicamente parece un adulto. Cuando platicamos sobre el futuro —qué quiere estudiar, cómo le va con la novia, cómo se ve en unos años—, sus ideas son bastante maduras y centradas. Sabe qué quiere y cómo lograrlo. Lo escucho y pienso, ¿en qué momento creció tanto?, no sólo en estatura, sino en actitudes, en sentimientos. Y luego, a los cinco minutos se pone a jugar con Steffi (a molestarla, diría ella), y parece otra vez un chiquillo de siete años dándole lata a su hermana. Y me digo, ahí está, es ese mismo niño que me traía de un lado a otro, entre clases de tae kwon do y entrenamientos de futbol, que me hacía disfrazarlo de John Smith con todo y espada, que amaba los picnics en la sala de la casa, con el mantel de cuadros sobre la alfombra, que podía ver El Rey León una y otra vez, sin cansarse, y que le cantaba todas las canciones de Cri Cri a su hermana. En esos momentos Ray es mi niño travieso y los dieciocho años no significan nada porque su mirada sigue siendo inocente y tierna.
Pero la realidad se impone. Ya no es un chiquillo al que le planean la vida. Tiene compromisos y responsabilidades que cumplir. Se vuelve cada vez más independiente (aunque no tanto como él quisiera, ¿verdad, Ray?) y toma sus propias decisiones. Y está bien porque él está bien. Ha aprendido a enfrentar y superar los problemas cotidianos (y los no tanto), y es un muchacho cariñoso, alegre y amable. Creo que como mamá, no puedo pedir más.
¡Felicidades, Ray!